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Monday, July 12, 2010
Nongoa da bandera hori?
Espainiako selekzioa munduko txapelduna. Zorionak egindako jokuarengatik edo irabazitako partidengatik. Meritua dauka dudarik gabe, meritu deportiboa eta zoriondu behar da. Kontzienteki edo inkontzienteki hamaikatxo dabiltza lorpen deportibo hau bere errotara eramaten, espainiartasunaren errotara eramaten, alegia.
Ni irudi honekin geratzen naiz. Hegoafrikako hainbatek galdetuko zuten zein zen bandera hura "Espainiako" jokalariek zeramatena. Erantzuna "hemengo" egoerara hurbiltzeko aurreneko pausa izanen litzateke. Ea bada, hurrengo pausoan horretan ere asmatzen dugun. Ea bada, hurrengo batean euskal jokalariek ikurrina ateratzen duten. Ea bada, hurrengoan geure selekzioa dugun. Oraingoz argazkiaren irudiekin geratu behar.
Sunday, July 11, 2010
La escuadra de África
(Unai Elorriagaren begirada, aurtengo futbol-mundialari. Literato baten begirada, gauzak kontatzen dakienarena. Ertz eta koxka jakingarrriak, hedabideen zurrunbiloak kontuan hartzen ez dituena. Gozatu)
Unai Elorriaga
POR una de esas múltiples casualidades que ocurren en el planeta en contadas ocasiones, alguien me informó, a principios del mes de junio, de que existía, exactamente debajo de nosotros, una extensión importante de tierra, cultivada en ocasiones, impresentable en otras, que mucha gente conocía por el nombre de África. Pocas horas después, otra persona que nada tenía que ver con la primera declaró ante mí y ante otras personas que exactamente en el punto más meridional de eso que llaman África y que parece ser un continente al fin y al cabo, existe un ente a los que algunos le dicen país, otros nación, otros tierra y otros conjunto de distritos segregados que toma el nombre de Sudáfrica.
Pasé varios días imaginando cómo podría ser ese continente sureño, pensé que sus habitantes serían rubios y de ojos azules, pensé que su nivel de vida sería exquisito, pensé en sus ciudades nevadas y en sus mares interiores. Después imaginé la política equitativa que, desde hace siglos, administraría una tierra de nombre tan lógico como Sudáfrica. Imaginé estas cosas porque alguien me comunicó que Sudáfrica sería la organizadora del Mundial de fútbol 2010.
Me gusta el fútbol, sin duda irracionalmente, porque era el deporte que más visitábamos de niños, más que a nuestras tías o más que a nuestras tortugas, que morían antes de aprender a leer. Si me detengo a observar semejante deporte desde un punto de vista racional, sin embargo, me aburre. Y es curioso que el aburrimiento sea racional, pero no hay más que entrever un partido de fútbol justo después de uno de rugby para aburrirte matemáticamente. No hay más que tratar de ver un partido de fútbol después de cualquier otro deporte: el fútbol es un bostezo con botas de tacos (excepto cuando empiezan a calentar Messi y otros dos). Pero como nuestro cerebro infantil es el que manda la mayoría de las veces, decidí atravesar a pie África para llegar exactamente hoy, día 11 de julio de 2010, a Johannesburgo y ver la final en directo.
Vi la primera fase del Mundial en una televisión que no parecía una televisión, dentro de unas casas de tela que no parecían casas, en Tinduf. Aquellos que me invitaron a su televisor me contaron por qué vivían allí, en aquel basurero de polvo, cómo habían sido una colonia, cómo les habían barrido de sus casas en el 76, pero no les entendí gran cosa. Eran razones absurdas, claramente inventadas. Allí vi cómo se marchaban del Mundial Italia y Francia y cómo se quedaba Ghana.
Vi los octavos de final en la frontera de Sierra Leona y Liberia. Allí me di cuenta de que los africanos no eran tan rubios como esperaba. El niño que me invitó a su casa a ver el Argentina-México y que gritaba cada vez que Messi absorbía el balón tenía las dos manos amputadas y me pedía que subiese el volumen de del televisor cada diez minutos.
Vi los cuartos de final y la injusticia contra Ghana en Guinea Ecuatorial. De pronto un uruguayo saca el balón de dentro de la portería (¡¡con las dos manos!!) y se aplica el reglamento: penalti y expulsión. Corría el minuto noventa, y al único que beneficiaba la expulsión era a Países Bajos, si Uruguay pasaba la eliminatoria. El único beneficio para Ghana era robarle un gol y meterle la presión de tener que lanzar un penalti en el que se jugaba todo (y en el caso de fallarlo llegar a la tanda posterior totalmente desmoralizados). Quizá haya llegado la hora de darle unas vueltas a las reglas (en rugby, por ejemplo, ante un caso así el árbitro decretaría "ensayo de castigo"). Me han contado que ni siquiera Inglaterra habría estado en contra de que en su partido contra Alemania hubiera habido un juez de cámara, a pesar de todo su discurso conservador de "La esencia del fútbol, bla, bla, bla…".
La cuestión es que en el minuto 37 de la primera parte de ese Ghana- Uruguay, vinieron unos soldados en busca de mi anfitrión guineano. Lo devolvieron en el minuto 74, sangrando por la nariz y semiinconsciente.
Y por último, este pasado martes lo pasé en Mugonero, Ruanda. Al lado de la televisión donde vi la primera semifinal había un esqueleto, de un tutsi, me aseguraron. Decían que llevaba allí desde mayo del 94. El partido no tuvo demasiado color; los huesos del tutsi tampoco. El miércoles pasé a Burundi y concluí que lo de dejar los esqueletos al lado de las televisiones es ya más que un simple hábito. Cerca del aparato en el que vi la otra semifinal reposaban los huesos de un hutu, me aseguraron.
Acabo de llegar a Johannesburgo y creo que voy a poder ver el partido en directo, en el estadio, gracias a la entrada que me ha regalado un tipo muy simpático que he conocido esta mañana; dice llamarse Desmond Tutú y me ha dicho que prefiere que gane España, que los holandeses le dieron muchos disgustos en otros tiempos. "I need Spain", me ha dicho. Yo lo único que espero del Mundial desde hace días es que repesquen para la final a Costa de Marfil y Ghana.
Unai Elorriaga
POR una de esas múltiples casualidades que ocurren en el planeta en contadas ocasiones, alguien me informó, a principios del mes de junio, de que existía, exactamente debajo de nosotros, una extensión importante de tierra, cultivada en ocasiones, impresentable en otras, que mucha gente conocía por el nombre de África. Pocas horas después, otra persona que nada tenía que ver con la primera declaró ante mí y ante otras personas que exactamente en el punto más meridional de eso que llaman África y que parece ser un continente al fin y al cabo, existe un ente a los que algunos le dicen país, otros nación, otros tierra y otros conjunto de distritos segregados que toma el nombre de Sudáfrica.
Pasé varios días imaginando cómo podría ser ese continente sureño, pensé que sus habitantes serían rubios y de ojos azules, pensé que su nivel de vida sería exquisito, pensé en sus ciudades nevadas y en sus mares interiores. Después imaginé la política equitativa que, desde hace siglos, administraría una tierra de nombre tan lógico como Sudáfrica. Imaginé estas cosas porque alguien me comunicó que Sudáfrica sería la organizadora del Mundial de fútbol 2010.
Me gusta el fútbol, sin duda irracionalmente, porque era el deporte que más visitábamos de niños, más que a nuestras tías o más que a nuestras tortugas, que morían antes de aprender a leer. Si me detengo a observar semejante deporte desde un punto de vista racional, sin embargo, me aburre. Y es curioso que el aburrimiento sea racional, pero no hay más que entrever un partido de fútbol justo después de uno de rugby para aburrirte matemáticamente. No hay más que tratar de ver un partido de fútbol después de cualquier otro deporte: el fútbol es un bostezo con botas de tacos (excepto cuando empiezan a calentar Messi y otros dos). Pero como nuestro cerebro infantil es el que manda la mayoría de las veces, decidí atravesar a pie África para llegar exactamente hoy, día 11 de julio de 2010, a Johannesburgo y ver la final en directo.
Vi la primera fase del Mundial en una televisión que no parecía una televisión, dentro de unas casas de tela que no parecían casas, en Tinduf. Aquellos que me invitaron a su televisor me contaron por qué vivían allí, en aquel basurero de polvo, cómo habían sido una colonia, cómo les habían barrido de sus casas en el 76, pero no les entendí gran cosa. Eran razones absurdas, claramente inventadas. Allí vi cómo se marchaban del Mundial Italia y Francia y cómo se quedaba Ghana.
Vi los octavos de final en la frontera de Sierra Leona y Liberia. Allí me di cuenta de que los africanos no eran tan rubios como esperaba. El niño que me invitó a su casa a ver el Argentina-México y que gritaba cada vez que Messi absorbía el balón tenía las dos manos amputadas y me pedía que subiese el volumen de del televisor cada diez minutos.
Vi los cuartos de final y la injusticia contra Ghana en Guinea Ecuatorial. De pronto un uruguayo saca el balón de dentro de la portería (¡¡con las dos manos!!) y se aplica el reglamento: penalti y expulsión. Corría el minuto noventa, y al único que beneficiaba la expulsión era a Países Bajos, si Uruguay pasaba la eliminatoria. El único beneficio para Ghana era robarle un gol y meterle la presión de tener que lanzar un penalti en el que se jugaba todo (y en el caso de fallarlo llegar a la tanda posterior totalmente desmoralizados). Quizá haya llegado la hora de darle unas vueltas a las reglas (en rugby, por ejemplo, ante un caso así el árbitro decretaría "ensayo de castigo"). Me han contado que ni siquiera Inglaterra habría estado en contra de que en su partido contra Alemania hubiera habido un juez de cámara, a pesar de todo su discurso conservador de "La esencia del fútbol, bla, bla, bla…".
La cuestión es que en el minuto 37 de la primera parte de ese Ghana- Uruguay, vinieron unos soldados en busca de mi anfitrión guineano. Lo devolvieron en el minuto 74, sangrando por la nariz y semiinconsciente.
Y por último, este pasado martes lo pasé en Mugonero, Ruanda. Al lado de la televisión donde vi la primera semifinal había un esqueleto, de un tutsi, me aseguraron. Decían que llevaba allí desde mayo del 94. El partido no tuvo demasiado color; los huesos del tutsi tampoco. El miércoles pasé a Burundi y concluí que lo de dejar los esqueletos al lado de las televisiones es ya más que un simple hábito. Cerca del aparato en el que vi la otra semifinal reposaban los huesos de un hutu, me aseguraron.
Acabo de llegar a Johannesburgo y creo que voy a poder ver el partido en directo, en el estadio, gracias a la entrada que me ha regalado un tipo muy simpático que he conocido esta mañana; dice llamarse Desmond Tutú y me ha dicho que prefiere que gane España, que los holandeses le dieron muchos disgustos en otros tiempos. "I need Spain", me ha dicho. Yo lo único que espero del Mundial desde hace días es que repesquen para la final a Costa de Marfil y Ghana.
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