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Saturday, April 24, 2010
La dignidad del destierro
José Miguel de Barandiaran, gran patriarca de la cultura vasca, fue empujado al exilio tras el triunfo de Franco w El religioso siempre tuvo claro el motivo: "Porque soy vasco y porque investigo el pueblo vasco"
(Joxemiel Barandiarani buruzko zenbait datu bibliografiko berri atera dira bere egunerokoaren bigarren zatia argitaratzearekin batera. Artikulu honetan beraien iruzkina egiten da. Den-denarekin (enfokea, zenbait ondorio) ez nago ados, baina oso interesgarria da hemen komentatzen diren gauzak.
Iñaki Goiogana - Sábado, 24 de Abril de 2010 - Actualizado a las 08:11h.
Lekeitio
José Miguel de Barandiaran (1889-1991) fue calificado en su día como el patriarca de la cultura vasca. Desde luego, su talla intelectual y humana está fuera de discusión pero, casi veinte años después de su fallecimiento, su presencia y conocimiento entre nosotros puede decirse que no es la que le corresponde. Recientemente, la Fundación José Miguel de Barandiaran, dentro del proyecto de publicación de las obras completas del sabio de Ataun, ha llevado a las librerías el segundo tomo del diario de Barandiaran, lo que permite hacer una pequeña semblanza de los años tal vez más duros de la vida de Barandiaran, los correspondientes a la guerra y el exilio, aportando sus testimonios.
"Me he esforzado en convertir los días en trabajo". Así reza una frase escrita el día de Nochevieja de 1947, día de su 58 cumpleaños y duodécimo de permanencia en el destierro. El párrafo termina preguntándose "¿Hasta cuándo?". "¿Para siempre?". Desde luego, no son las únicas preguntas que se hace. El libro está lleno de anotaciones, comentarios, noticias del Barandiaran hombre, del científico, del sacerdote, del exiliado... del permanente y cualificado observador del entorno.
En cuanto a su situación personal y las causas que le habían llevado al exilio, don José Miguel no albergaba muchas dudas. A este respecto, el 31 de diciembre de 1948 anotaba que desde el Obispado de Vitoria no le habían dado ninguna explicación para que le privaran de su puesto en el seminario, pero creía saber la respuesta: "Porque soy vasco y porque investigo el pueblo vasco: porque afirmo que el amor mutuo es imprescindible y que esto debemos comenzar a aplicarlo desde la casa de cada cual; porque reconozco que no tengo nada que hacer en el juego de la política".
Barandiaran dejó escritos en estos cuadernos que hasta el estallido de la guerra nunca había sido objeto de recriminación de parte de los obispos por los contenidos de sus clases ni por las labores etnográficas y arqueológicas, que había llevado a cabo desde antes de que se ordenara sacerdote en el año 1914. Antes bien, había recibido mensajes de felicitación y aliento para que los continuara desarrollando. Sin embargo, "se inició la guerra, no me posicioné al lado de Franco. Franco ganó la guerra; la Iglesia me abandonó, me olvidó, me marginó en medio del hambre y de los odios de los eclesiásticos: pretendía mi muerte y mi desaparición. En vano escribí al Obispo de Vitoria y al Santo Padre de Roma. No me contestaron". Esta cita del 31 de diciembre de 1948 termina diciendo con amargura: "Antes acostumbraba a creer que entre los hombres de Iglesia existían Charitas et Justitia: Ahora, para mi dolor, he comprobado que eso no siempre es cierto: que no siempre está ahí Jesús".
Desde luego, estos cuadernos de notas están repletos de anotaciones etnográficas, croquis de tal iglesia, inscripción de cual caserío. Son innumerables las entradas en las que se dice que ha hallado un dolmen, ha explorado una cueva, ha observado alguna peculiaridad, por ejemplo, en la caza de palomas de Etxalar, etc. Las excursiones montañeras de la vertiente norte de los Pirineos vascos realizadas por don José Miguel, acompañado de algún guía local o de otros científicos, están retratados con profusión.
Todo ello, con ser muy interesante, tal vez no sea lo que más pueda llegar al gran público. Pero se equivocará quien piense que el vademécum de Barandiaran es un libro aburrido. No hay más que leer cómo apunta lo que le contó Felipe Urcola, periodista de San Sebastián, exiliado en París y director de Euzko Deya, la publicación oficial del Gobierno vasco en el exilio. Este periódico lo había fundado Rafael Picabea, antiguo diputado y empresario de prensa de San Sebastián, quien a su vez había relatado a Urcola cómo fue el ascenso de Remigio Gandasegui al cargo episcopal: "Era la primera vez que Picabea ostentaba el cargo de diputado a Cortes. Tendría unos 29 años. Un señor apellidado Irala, a la sazón alcalde de Ondarroa, se le presentó un día a Picabea y le dijo que desearía vivamente que a un sacerdote, amigo suyo, canónigo de Zaragoza, se le ascendiera al episcopado". Picabea aceptó el encargo y se entrevistó con los Reyes, quienes le prometieron la gracia. La primera sede en vacar fue la de Vitoria, "pero no se le dio esa sede a Gandasegui, por ser éste vasco". Más adelante vacó la de Ciudad Real. Esta parecía ser más adecuada para Gandasegui, pero su ocupación requería un título de nobleza, pues a la sede se le añadía aneja el priorato de las órdenes militares. El inconveniente pudo suplirse al informar alguien de que la condición episcopal acarreaba automáticamente la nobleza.
No es la única elección episcopal realizada de forma poco cristiana que se describe en los cuadernos de don José Miguel, ni la única crítica a la Iglesia. Todas estas notas críticas se caracterizan porque están relatadas con los detalles precisos, queriendo dejar testimonio para la posteridad y obrar así en bien de la Iglesia, no en su desprestigio como alguien pudiera pensar.
Además de estos temas eclesiásticos seculares, las observaciones contenidas en el libro sobre el ánimo de los exiliados vascos a lo largo de la Guerra Civil y de la II Guerra Mundial son especialmente ilustrativas. Cabría decir que las observaciones apuntadas se aproximan más a lo que verdaderamente sentían aquellas personas que muchas obras académicas. El 29 de marzo de 1939, la antevíspera de la finalización de la guerra, don José Miguel escribió: "Los vascos exiliados que han vivido en tirante suavidad con alternativas de esperanza y desilusión, ahora se hallan destrozados y derrotados". En su lucha por existir no tuvieron ninguna ayuda de personas que, se suponía, representaban la defensa del sistema de valores que cimentaba el entramado de la vida cristiana en la que fueron educados. "Esta general claudicación de los jerarcas eclesiásticos traerá sin duda graves consecuencias que verán los hijos y los nietos de los derrotados de hoy. Éstos han perdido sus puestos y sus bienes; los jerarcas han sembrado cizaña, el mal ejemplo y el desmoronamiento del orden cristiano. Estamos asistiendo a la siembra de una Vasconia sin fe".
"El camino equivocado" Según Barandiaran, la Iglesia oficial se hallaba, como en otros momentos de la historia, en una encrucijada, pero en esta ocasión, a su juicio, estaba tomando el camino equivocado, "que aumentará más su descrédito y la desbandada de sus clientes". Esta observación (¿cabría calificarla de profética?) no es aislada y pasajera. Las críticas a cargos eclesiásticos no se limitan a los más cercanos: en la pluma de Barandiaran alcanzan hasta al mismo Papa. "Las gentes de Bizkaia, presas de terror, se han preguntado si tales inhumanidades (se refiere a los bombardeos sobre Gernika, Durango, etc.) podrían ser aprobadas por Cristo; si el Padre Santo consentiría en que el nombre de la religión fuese utilizado para perpetrar tantos crímenes. El Santo Padre era su última esperanza; y el Santo Padre (...) nada dijo".
La postura de Barandiaran ante la Guerra Civil es la de un independiente, no la de un indiferente. En el libro hay numerosas citas sobre la labor realizada en las misiones que consideró justas. Su actividad como capellán en la colonia escolar de la Citadelle de San Juan de Pie de Puerto, sus labores propagandísticas, etc. Sobre estos trabajos pudiera decirse que los realizó de manera discreta, lejos de la notoriedad. Pero de igual modo accedió a intervenir en actividades públicas. Ejemplo de ello es su participación en el Congreso Eucarístico Internacional de Budapest de 1938 junto a Alberto Onaindia y Eduardo Escarzaga. Los componentes de esta misión, financiada por el Gobierno de la República, fueron cuidadosamente escogidos. Onaindia, hermano de un sacerdote fusilado por los sublevados, testigo directo del bombardeo de Gernika y brazo derecho del lehendakari en asuntos eclesiásticos. Por su parte, Escarzaga era el rector del seminario de Vitoria y Barandiaran el sacerdote científico más destacado de la diócesis. El viaje tenía como fin contrarrestar la misión franquista encabezada por el cardenal Gomá, una empresa casi imposible y que a punto estuvo de terminar en las cárceles húngaras por los contactos que mantuvieron con católicos sociales opositores del régimen de Horty. Pero una cosa era acudir a un congreso eclesial y otra muy diferente aceptar la sugerencia hecha por Onaindia de ocupar el coprincipado de Andorra, ofrecido también por la República a un sacerdote vasco, visto que el Obispado de la Seo de Urgell estaba vacante. Barandiaran no aceptó la propuesta, aunque tampoco la negó para otro sacerdote vasco y le citó a Eduardo Escarzaga para ocupar la sede de Urgell.
la ocupación alemana Durante la mayor parte de estos años, Barandiaran residió con su sobrina Pilar en Sara. Allí le tocó vivir la ocupación alemana y siendo, probablemente, el único que podía expresarse en alemán le correspondió hacer de enlace entre las autoridades locales y los soldados alemanes. Esta relación le permitió, entre otras cosas, lograr permisos militares para continuar la exploración de las montañas y acumular los descubrimientos arqueológicos. Pero también para observar las actividades guerrilleras o de contrabando que se desarrollaron en la muga.
Don José Miguel nunca estuvo aislado en el destierro y colaboró en las labores parroquiales de Sara. Sus observaciones sobre la religiosidad de la localidad, las diferencias en la práctica religiosa entre mujeres, hombres y niños, y las comparaciones que hace con las observadas en otras localidades de Iparralde que a menudo visitaba nos muestran un retrato de la Euskadi continental rural de aquellos años. Este retrato no se limita a su aspecto religioso o etnográfico: los apuntes sobre las opiniones políticas de los sacerdotes nativos, los cantos a favor de Pétain, etc., son también significativos del pensar de aquellas gentes.
Todo lo dicho hasta ahora nos muestra a una persona, un sacerdote, volcado a servir a su pueblo. Pero Barandiaran fue también un científico social desde sus tiempos de seminarista, y durante el exilio no abandonó ni un momento esta vocación. Su participación en congresos internacionales, su colaboración en revistas científicas o en instituciones públicas, como el Ministerio de Educación Nacional francés, no decayó y se mantuvo al más alto nivel que su gran capacidad le permitía. La labor científica no se limitó a la participación y colaboración con instituciones foráneas. Barandiaran fue el fundador y principal sostener de revistas como Eusko Jakintza e Ikuska, esta última fundada para llenar el hueco dejado por Eusko-Folklore. Fue también uno de los principales sostenes de Eusko Ikaskuntza en el exilio y colaboró muy activamente en los congresos que a partir de la finalización de la II Guerra Mundial se organizaron, dirigiendo el VII congreso, celebrado en Biarritz, y tomando parte en el VIII.
Más, mucho más, hizo don José Miguel de Barandiaran entre 1936 y 1953, los años que abarcan su exilio, destierro motivado por ser vasco y porque investigó el pueblo vasco.
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